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Palabras divinas, divinas Palabras

Palabras divinas, divinas Palabras

Desde el inicio de la historia y en el origen de la democracia, en época  de Pericles, pasando por Demóstenes padre de la oratoria, deslizándose por el renacimiento, barroco y sus literaturas, los políticos, han usado siempre la palabra  como el principal instrumento, para el desarrollo de su labor y trabajo.

Excelentes oradores tuvo el siglo XIX, Castelar, es un buen ejemplo de ello, ya en el siglo XX,  Azaña esta considerado un excelente y elocuente orador, en los años 70 hubo incluso una pequeña pléyade de ellos, Bandres, Gonzalez, Ernest Lluch y poca cosa más; en Aragón, jamás hemos tenido grandes disertadores políticos, tal vez Joaquín Costa, en el XIX.

Hay palabras que se las lleva el viento y palabras que pesan como losas, hay palabras que acarician, cuidan y aman a las personas,  pero hay otras que matan, si,  hasta de aburrimiento,  lo que si es totalmente cierto, es el viejo adagio que dice “todo hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, en muy poco tiempo tres políticos han sucumbido a sus verborreas incontinentes y oratorias desaforadas.

 

El presidente de la Federación de Municipios y Alcalde del PSOE en Getafe llamo “tontos de los cojones” a la gente que vota derechas españolas, como si no supiera que,  los votantes de derechas votan todos disciplinadamente en comandita,  porque creen que votan y defienden privilegios, los cuales ellos por supuesto se creen  que disfrutan; votar derechas siendo rico es plausible, piensan  que defienden sus haciendas, sus patrimonios, ahora bien, votar derechas españolas o regionalistas, siendo un obrero, es como poco, una broma de mal gusto o directamente patético.


La segunda verborrea incontinente fue la del diputado Tarra con “su muerte al Borbón”. Soy plenamente consciente que,  fuera de la Corona Aragonesa, este grito a lo mejor no se entiende muy bien, pero tendrían que razonar los españoles, con solidaridad y paciencia, la misma que hemos tenido nosotros durante más de 300 años  que, desde 1707 en Aragón y 1711 en Cataluña, con la guerra de sucesión y los decretos de nueva planta, los Borbones no nos caen excesivamente bien y desde luego no miente el diputado, este era el grito de guerra por parte de las tropas aragonesas y catalanas, para entrar en batalla. La historia es la historia y las cosas son así, tal vez, si el Borbón actual nos derogase los decretos de nueva planta lo mirásemos con más simpatía, y le perdonáramos las atrocidades de su tatatarabuelo, aunque con la evolución de los tiempos, no creo, la monarquía es un anacronismo y la estirpe Borbona se asienta sobre territorios conquistados por derechos de guerra y conquista. Tendrían que ser más comprensivos los españoles y entender que no nos gusten sus dinastías (ni Austrias ni Borbones).

 

La tercera cagadita verborreica la protagonizo el siempre poliédrico Fraga Iribarne, con su exabrupto de colgar a los nacionalistas ¿será que los españoles no son nacionalistas? De todos estos políticos Fraga es el más profesional e incontinente dicho con el sentido más peyorativo de la acepción, hay muchos Fragas, pero todos se pudren en el mismo cuerpo.

Hay un Fraga que inicia una pequeña apertura en la censura franquista, lo que se llamo el destape, otro que es ministro del interior,  sí, ese de que “la calle era suya”, los sucesos de Vitoria y Montejurra aun guardan la memoria de este franquista ministro, una de las fotografías más memorables de la transición el abrazo de Fraga a Carrillo, con dicho abrazo la transición quedaba “bendecida por la derecha”,  hasta llegar al Presidente autónomo que solo “fala en galego” delante de los medios de comunicación, un autonomista convencido, que se entrevista por su cuenta con Fidel Castro. Como se puede apreciar hay muchos iribarnes metidos en Fraga, pero todos dan miedo.

Las palabras deberían servir para tender puentes, construir el futuro, educar en valores, de paz y solidaridad, respeto y tolerancia,  afortunadamente con ellas podemos amar o acariciar, pero también podemos mandar asesinar, matar o construir la paz. Todos los políticos tenemos la responsabilidad cívica y democrática de  hacer de nuestras palabras, como dijo el gran poeta Gabriel Celaya; “Un arma cargada de futuro”, nuestras palabras tienen que ser por lo tanto un arma de paz, tolerancia y construcción de un mundo mejor, y para esto, no para otra cosa, deberían de utilizar las palabras los profesionales de esto que llamamos la “cosa publica”.

O Cazataire de parolas

 

 

 

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